martes, 26 de octubre de 2004

Escisión

Tony es cubano. Todos los días llega a la tienda moviendo las caderas, como si estuviera escuchando una música imaginaria y no se aguantara las ganas de bailar. Es sonoro, vistoso y amistoso. Un cascabel que alegra los días y hace que la lluvia caiga hacia arriba. La primera vez que lo ví hablaba por teléfono con su novio. A los 5 minutos me estaba contando de su romance como si fuéramos los mejores amigos, con ese desparpajo tan tropical como el zumo que toma en el baño en sus descansos inventados…
Fue él quién me enseñó el truco para fumar en el baño.
Tony tiene unos dientes blancos, enormes, que se muestran generosos.

Domitila y Tony tuvieron una discusión. Estaban en la caja, pero se escuchó en toda la tienda. Tony estaba llamando a un cliente al que había que avisarle cuando llegara un juego de toallas. Domitila lo vio hablando y se acercó a decirle que la cortara de esta usando el teléfono, que andaba todo el día de vago y haciendo llamaditas personales. “Estaba hablando con un cliente, déjame en paz”, contestó él con el mismo tono. Y yo entre medio de los dos, haciéndome la huevona y fingiendo conversar con el aparato para sacar las alarmas. “Pues me da igual, te la pasas usando el teléfono”, “No te metas conmigo que me tienes aburrido”, “Hago mi trabajo y tú deberías hacer el tuyo”…
Me escabullí por debajo de ambos cuando se hizo evidente de que la cosa no se iba a calmar. Me fui a arreglar unas bufandas, todas fingíamos hacer algo pero teníamos un ojo atrapado en la entrada, en la pelea.

La cosa es ésta. Tony me cae bien, Domitila no. Él es gracioso, me hace reír. Me enseña cosas que aún no sé hacer y nunca me ha robado un cliente cuando le he pedido ayuda. Ella me agobia. Él parece que flota y ella parece pegada al piso. Y como es mi jefa, su estrés me afecta directamente. Pero para ser bien honestos, ella es una buena persona, responsable, que quiere hacer bien su trabajo. Y trabaja harto.

Cuando me estaba yendo vi a Tony hablando por teléfono en el portal del edificio vecino. Sentado el en suelo, conversaba sin preocuparse de que la lluvia lo mojara, y evidentemente sin preocuparse de que estaba descaradamente dado a la fuga, en territorio prohibido –todo lo que pueda existir fuera de las puertas de Eugenio Risopatrón– en plena jornada laboral. Me despedí de él con mi mejor sonrisa, para demostrarle mi solidaridad ante el incidente, y me fui pensando por qué mis simpatías estaban con él, por qué me parecía que era el bueno de la historia, si llega tarde, trabaja menos que el resto y es el único que se atreve a salir de la tienda, si efectivamente se la pasa al teléfono y cada tanto se reporta enfermo (es más, dicen las malas lenguas que gana más que el resto de los vendedores, aunque no sé por qué motivo. Tampoco me importa en todo caso). Entonces me di cuenta de lo que pasaba. Con Tony la tienda parece menos tienda.

3 Comments:

Blogger ultra said...

Me encanta la gente livianita. Que te alegra. Sin ser menos. Te suben ponen todo de color. Y te encienden. Son contagiosos y necesarios. Antes yo era asi. No se que paso. Me perdi. Contradije la levedad con la superficialidad y parece que llevo tomos en las manos y no solo dedos. Podrias preguntarle a tony si me ha visto?? A lo mejor en Europa estoy. Y quien te escribe es solo un holograma...
Un besote esperando ser contagiada [pronto]
Te leo y te siento con efecto tony... jajajajaja...
Besotes ;)

2:20 a. m.  
Blogger el doc said...

Hay gente que tiene una capacidad increíble de irradiar un halo de simpatía. El hecho de que estas personas aún siendo por ejemplo flojas se salgan con la suya algo nos está diciendo... es por algo que objetivamente las personas más depresivas y amargas se enferman más.

Saludots

5:47 a. m.  
Blogger Elisa de Cremona said...

Es así, siempre lo que nos dan el gustillo por ir a trabajar (por mínimo que sea...)algo se traen y finalmente son los afortunados...
Yo no soy un cascabel, pero también quiero ser así de afortunada!!

2:57 p. m.  

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