lunes, 15 de agosto de 2005

Días moviditos (y poca imaginación a estas horas para inventar un título más digno)

Muchas veces me quejo de que no tengo nada que hacer, que me la paso del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, que mi vida se reduce a mantener una apasionada relación con los billeteros de la tienda y planear mi próxima huida a los almacenes, ordenar mi casa (o al menos sicopatearme con que lo tengo que hacer), ver Amiguitos (traducción: mi gran placer culpable de Londres, las 10 temporadas de Friends) y dormir. O sea, y en pocas palabras, suelo quejarme de que mi vida es fome.

Pues bien, estos han sido días moviditos, con panoramas, salidas y letras con las que llenar mi agenda. Y como ocurre muchas veces, mi primer impulso fue incumplir descaradamente con mis planes y compromisos sociales –un malvado impulso que acaba de intentar reproducirse a la hora de escribir este post- y quedarme en casa vegetando. Algo bastante comprensible por lo demás si se considera que llevo dos semanas seguidas metida en la tienda y ahora con el horario de jornada completa, por lo que esperaba este desacostumbrado y paradisíaco fin de semana de dos días con ansias irreductiblemente descansadoras. Pero la Vero sabia y evolucionada que llevo dentro –o al menos eso se cree- me dijo que no, que venciera la paja y saliera, y mis ansias rebeldes tuvieron que guardarse para mejores momentos.

Estoy agotadísima, mi pieza es un asco, tengo kilos de ropa sin lavar y mi ya conocida lista de pendientes bastante abultada pero el balance es positivo, partiendo por la sensación agradable de que tengo cosas que contar. Y aunque en estos días haya extrañado a mis amiguitos televisivos, al menos mis horas utilizables no se han reducido a sentarme a ver como viven otras personas, por lo demás inexistentes, sino que a existir.

He estado con mis amigos –reales, tocables, impredecibles-, me he gastado la lengua con ellos, me he reído con ellos.

He salido con mi roomy, léase Cabra Chica a un mes de dar a luz. Y eso es rico, porque aunque vivamos juntas no siempre podemos hacer cosas juntas, porque fuera de las paredes de la casa se comparte distinto y porque me encanta que tengamos amigos en común.

El único balance negativo son los gastos, pero andaba bastante controladita en estas semanas, así que me lo permití sin asco ni remordimientos.

Bueno, la cosa es que el viernes trabajé hasta más tarde, porque la tienda era un caos de turnos mal asignados y arreglines de última hora. Después me fui a mi casita a botar los estreses y darme una duchita reponedora, porque quería ir bella y despierta al cumple de Andrea (léase: mi amiga chilena que llegó aquí antes que yo y me recibió en su casa cuando llegué, además de la única asistente, junto con su novio y un amigo, al paupérrimo primer intento de celebración de mi cumpleaños). Así que con CC nos despedimos de los amiguitos y nos fuimos a disfrutar de las delicias culinarias y las dosis de chilenidad que nos esperaban en la casa de Usera. Tranqui, agradable y alimenticio, unos cuantos compatriotas, una chica de no sé donde y una amiga cumpleañera a la que aprendí a adorar en poquito tiempo, la receta perfecta para un viernes por la noche que deba combinar su cometido de viernes como Dios manda, día de salir y acostarse tarde con el de viernes pre sábado laborable, una verdadera aberración pero no por eso menos inevitable… o sea, algo que hay que asumir no más.

El sábado tuve nuevamente cambio de turno. Indispensable por lo del caos, pero lo sugerí yo misma, haciéndome la buenita, sacrificada y súper preocupada por la tienda. La gracia: dormir un poco más, entrar a las 2 de la tarde. La desgracia: salir a las 10, ya de noche y hecha polvo. El objetivo: juntarme a la salida con Pomelo y no morir en el intento, o sea, perseverar en nuestros planes hiper mega fashion de ir a ver bailar a Toni, el rítmico-exuberante y disfrazadísimo Toni que en realidad es en el día cuando se disfraza, de vendedor de alfombras todo control. Al final no fuimos, por razones varias que incluyen a unos viejos demasiado sicopateadores, unas faldas demasiado cortas, una llamada demasiado tarde y una Pomelo demasiado cansada. Así que terminamos en mi sillón viendo una película espantosa y conversando hasta las muchas de la mañana, lánguidas y totalmente convencidas de nuestra opción. Aunque me sigue quedando pendiente el ir a ver a Toni en plan reina de la noche, ya parece una maldición porque siempre surge algo y... plaf.

Otro esfuerzo bien recompensado fue levantarnos hoy a una hora relativamente digna para ir a disfrutar de la piscina de Pomelo (¡sí, invitó!). Creo que llegamos como a las 3, nos dimos unos remojones, subimos a comer arroz con pescado y volvimos a entregarnos a los placeres acuáticos, hasta que el tirano reloj nos avisó que era hora de echarnos la flojera post piscina a la espalda y partir a casa de Dino para enfilárnosla rumbo a Getafe, lugar de celebración del cumpleaños del ilustrísimo Gigi (amigo y roomy del susodicho Dino). Pomelo al final arrugó, pero CC andaba en conexión con mis ansias de salir al mundo y se animó a acompañarme, cargando su piscina personal de 8 meses por los múltiples cambios de estaciónes y de trenes, acompañados de los inevitables rodeos y esperas en los andenes (mal que, por cierto, puede ser minimizado, pero para eso es necesario informarse del horario de salida de los trenes…).

Llegamos al fin al bar en cuestión. Estaba lleno y el pobre Gigi no paraba de trabajar, así que al final tuvimos que celebrar su cumpleaños sin él, aunque atacados por las delicias que ponía en nuestra mesa. Y soplaba un vientecito de lo más ad-hoc. Supongo que resumo el cómo nos la pasamos si digo que nos perdimos el ultimo metro de la línea 10 y tuvimos que tomar un taxi en Alonso Martinez. Cabeceando llegamos a la casa, y CC murió sin mayores preámbulos a los pocos minutos. Yo decidí resistir, aunque el estar bastante menos sobrepoblada que ella ayudó bastante, y me quedé conversando con Dino, y luego con Gigi que aunque estaba en un estado absoluto de destrucción post trabajo se apareció por mi casa. Y así estuvimos, mucho craneo mental, mucho darle vuelta a la vida, hasta las 7 y tanto de la mañana, o sea, hasta hace poco.

Sip, no me acosté relativamente temprano ni descansé todo lo que tenía planeado, aun considerando los escasos recursos minutisticos. Seguro que “mañana” tendré que autosacarme de la cama con espátula, y sabiamente preveo que no derrocharé ganas de partir a mi nuevo destino, Mejorada del Campo, alias la chucha del mundo, donde está la casa de Edita, que está sin padres y me invitó a visitarla y quedarme a dormir.

También tiene piscina, por cierto, además de otros elementos tentadores, aunque sé que la tentación de lo inmediato es más poderosa, Pero también sé que me meteré mis ansias caseras en el bolsillo y volveré a entregarme a las delicias del transporte publico, porque una vez levantado el culo de la silla –cama, sillón, wc o cualquier otro acogedor y sentable elemento de mi casa- me la voy a pasar de lo más bien.

Nada pero nada que ver, pero no sé por qué este asunto me salió con tanta frase larga y/o intercalada. Tal vez porque va bien poco procesado. Pero bueno, va. Así después, el día de mi muerte, no me retuerzo en mi tumba de arrepentimiento por no haber escrito este post.

Algo menos nada que ver: me sigue quedando pendiente devolver las visitas que mis blogi-colegas dejaron de forma tan generosa, sacrificada y/u ociosamente en mis ultimos post. Presente está, como diría Yoda. Paciencia, pliiiiiis, como diría yo, que en los próximos días sí que sí…

jueves, 11 de agosto de 2005

calorrrrrrr

Quiero escribir, pero hace tanto calor que se me derriten las neuronas, las ideas y las ganas.
No me quiero levantar. Se me pega el pelo al cuerpo, se me pega la piel a las sábanas, no quiero ir a la tienda, ando tonta, floja, me muevo por inercia. “Tienes mala cara” me dicen todos, “estás pálida”. Me arrastro como un bicho, entro al baño, tomo agua. Cada 10 minutos me escondo en el almacén, para dar un poco de descanso a mis piernas que se achicharran bajo la tela negra del uniforme de cucarachita, mientras miro obsesivamente el reloj para ver cuánto falta para irme a casa.
Llego a mi casa, me voy cocinar algo, saco las cosas, las miro, las toco, las guardo. Al final me hago un sandwish. Veo el compu, lo enciendo y lo apago, quiero pero no quiero escribir un post.
Quiero pero no se me ocurre.
Mis dedos no se mueven, están en huelga, se aburrieron de existir.
Se me cierran los ojos. El sillón me invita a seguir vegetando, y mi derretida voluntad se entrega a su reposo.
El ventilador se esfuerza, pero no logra sacudirme esta abulia que se adhiere a cada grado de calor africano que anda por estos lados de visita. Calor que me chupa mi escasa energía, que se la lleva no sé dónde.
Me duele la cabeza. Me duele la guata.
Me duele esta densidad que me envuelve, este blanco que no se llena, que sólo pasa.
Ya voy a tener vacaciones, pero la perspectiva de seguirme calcinando entre estas cuatro paredes no termina de entusiasmarme. No tengo plata, no tengo a dónde ir ni con quién, no está a la vuelta de la esquina la casa de mi amada madre, donde tan deliciosamente se escurren los minutos muertos.
Y tampoco tengo tina. Sólo un refrigerador lleno de botellas de agua congelada que se derriten lentamente por mi espalda.