domingo, 30 de enero de 2005

Tres en uno, la rebaja de los post

Acabo de recodar que tengo no tan viejas deudas pendientes. Que algún que otro amigo cibernético por ahí se pronunció a favor de algún que otro post de esos que nunca escribí. Y como ahora ando un poco escasa de imaginación (uy, y de tantas otras cosas, pero bueno) me auto-robaré vilmente las ideas y procederé a compartir con ustedes –respetabilísimo público lector- mi triple selección para esta semana.

Libros leídos este año
Partamos con algo que me gusta, los libros. Estos son los que han caído en mis fauces en los últimos 12 meses. O sea, desde que llegué aquí. En honor a la verdad, debiera ser incluido en la lista “El último don”, de Mario Puzo, que sirvió como compañero de viaje y terminó de ser zampado durante mis primeros días por estos lares. Por otra parte, si esta lista fuera alguna especie de estudio "bibliológico", debieran tenerse en cuenta ciertas salvedades:
* No todos me gustaron, aunque sí casi todos. Igual hay 3 que consideré bastante intragables, mientras otros varios me tuvieron alucinando por días…
* Algunos fueron leídos para la escuela, otros de forma voluntaria.
* Algunos los había leído antes.
* No me acuerdo de todos, algunos los saqué de la biblioteca sin saber antes de su existencia.
* No están en orden
* La lista sólo incluye libros que fueron leídos enteros.

- Momo, Michael Ende
- Un millón de luces, Clara Sánchez
- El banco de la desolación, Henry James
- Un viejo que leía novelas de amor, Luis Sepúlveda
- Hot Line, Luis Sepúlveda
- Llamadas telefónicas, Roberto Bolaño
- ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, Raymond Carver
- Catedral, Raymond Carver
- El hombre en busca de sentido, Víctor Frakl
- La Inmortalidad, Milan Kundera
- Ahora tocad música de baile, Andrés Barba
- El desierto de los tártaros, Dino Buzzati
- Los 7 mensajeros y otros relatos, Dino Buzzati
- Lo peor de todo, Ray Lóriga
- Historia universal de Paniceiros, Xuan Bello
- Nada, Carmen Laforet
- Trenes rigurosamente vigilados, Bohumil Hrabal
- Una soledad demasiado ruidosa, Bohumil Hrabal
- Wilt, Tom Sharpe
- ¡Animo, Wilt!, Tom Sharpe
- Las tribulaciones de Wilt, Tom Sharpe
- El bastardo recalcitrante, Tom Sharpe
- Pensamientos, Blaise Pascal
- El Banquete, Platón
- La República, Platón
- Antología del cuento norteamericano (selección y prólogo de Richard Fox)
- Esquema del psicoanálisis, Sigmund Freud
- Manifiesto comunista, Karl Marx.
- La lucha de clases en Francia, Karl Marx
- Los sueños y el tiempo, María Zambrano
- Bridget Jones: Sobreviviré, Helen Fielding
- Donde las mujeres, Álvaro Pombo
- La cuadratura del círculo, Álvaro Pombo
- Las ensoñaciones del paseante solitario, Jean Jacques Rousseau
- Tren nocturno, Martin Amis
- La princesa de Clèves, Madame de la Fayette
- Pequeños poemas en prosa / Los paraísos artificiales, Charles Baudelaire.
- Cancionero, Francesco Petrarca
- La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Antonio Tabucchi
- Uno, ninguno y cien mil, Luigi Pirandello
- La loca de la casa, Rosa Montero
- Cristales, Alejandro Gándara
- Un amor pequeño, Alejandro Gándara
- Cartas de Abelardo y Eloísa, Abelardo y Eloísa.
- El dios de las pequeñas cosas, Arundhati Roy
- El caballero de la carreta, Chrétien de Troyes
- Pedro Páramo, Juan Rulfo
- El adversario, Emmanuel Carrère
- Metáforas de la vida cotidiana, Mark Johnson y George Lacokff
- Werther, Goethe.
- Utopías del renacimiento, Moro / Campanella / Bacon
- Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Friedrich Nietzsche
- Cumbres borrascosas, Emily Brontë
- Desgacia, J.M. Coetzee.
- El halcón peregrino, Glenway Wescott
- Una tumba, Juan Benet
- Eleazar, Michel Tournier
- Reencuentro, Fred Uhlman
- El respeto, Richard Sennett
- Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt
- El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad
- Victoria, Joseph Conrad
- El existencialismo es un humanismo, Jean Paul Sartre.
- ¿Es real la realidad?, Paul Watzlawick

Las teorías y opiniones del Lucas acerca del proyecto de su estadía acá
- Vamos a ver, hay algo que yo no entiendo. Si acá están mi abuelita, mi papá, mis primos, mis amigos del colegio, mi futuro hermanito y mis tíos, ¿por qué me tengo que ir a ese país, donde sólo hay una persona?
- Porque es tu mamá Lucas.
- Ya. Pero sigue siendo sólo una persona. Cuando mucho vale por dos.

Aventurillas madrileñas
Hace mucho que no paso la noche de largo con mis amigos, sólo para terminar bañándonos al amanecer en un lago que incluía hasta cocodrilo propio –según algunos- y desayunando churros en un pueblo cualquiera mientras más de uno intentaba secarse el pelo en las maquinitas del baño. El trabajo deja poco espacio a las “aventuras”, entregados en cuerpo y algo parecido al alma a la aventura del subsistir. Y al hundirme en la rutina que inexorablemente impone, algo en mi se niega a tener ganas de movimiento los días socialmente señalados para ser libre, loca y exploradora. Así que de peripecias poco que contar en verdad, mis ultimas –y espaciadas- salidas han terminado todas en un incontenible deseo de abrazar a mi almohada, y lo más temerario que he hecho en el último tiempo ha sido fugarme una hora antes del trabajo un día que estaba enloqueciendo, aprovechando el caos de los turnos que hubo para Reyes.
Sin embargo, en algo estaba pensando cuando primero se me ocurrió escribir este post. Y no era en la aventura de eliminar los alimentos no identificados adheridos al fondo de mi congelador.
Voy a ver si me acuerdo…

viernes, 21 de enero de 2005

Asomando la nariz…

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Desaparecida ando, lo sé. Para escribir y para ver qué hay de nuevo en Blogimundo. Aunque tengo una ruma de cosas que contar no consigo el orden mínimo necesario para transmitir algo coherente. De hecho ahora mismo mi cabeza es un lío, mi vida es un lío y si el estrés matara hace ratito que me habría puesto el pijama de palo. Entre mi lista de pendientes más apremiantes está hacer 4 de los 9 trabajos atrasados de la escuela, leerme los libros de esta semana, lavarme el pelo, “despejar” y hacer mi cama, recabar urgente información sobre el asunto este de la regularización, empezar la juntada de papeles y certificados varios, eliminar elementos indeseables de mi refrigerador, regar a mi agónica plantita, visitar mi abandonadísimo correo, llamar a la familia y tomar medidas urgentes para evitar que mis personas más queridas a ambos lados del océano me odien por abandono absoluto de los vínculos con tanto esfuerzo conseguidos. Paradójicamente, no debería haber ido hoy al cumple de Serafín con los chicos del trabajo, porque ahora tengo sueño y mi lista me gruñe desde la mesa. No debería estar escribiendo este post. No debería desperdiciar tiempo en comer –a puro sanguchito, “snack” y ensalada no más, no me voy a poner a cocinar de receta más encima-, ver Homo Zapping y cepillarme tanto rato los dientes (es que con lo divertido que es ir al dentista...). Pero pese a todo, no me quejo… Bueno, si me quejo, pero en el fondo sé que soy una persona afortunada. Sí, con una gran fortuna, aunque los de La Caixa no piensen lo mismo, y aunque a veces no encuentre la ruta de acceso a mi caja fuerte.

La novedad de la semana es que a mi amiga Cabra Chica la aceptaron en la Complu y se viene en febrero. Con el Lucas. Ya no falta nada y mientras más se acerca lo que quiero más tengo susto, nervios, dudas. Y es que aún no tengo “el terreno listo”, las cosas aún no calzan, las cuentas no calzan, la oposición de mi hijo es férrea. Por si fuera poco Romualdo decidió que este era el mejor momento para jugar a Papito Corazón y ante las argumentaciones abismantemente lógicas de mi retoño en contra de la idea de quedarse un tiempecillo por aquí, no encontró nada mejor que proponerle que eligiera con quién quiere vivir. Y aunque eso no tiene discusión alguna –con mi hijo yo, aunque afuera haya una fila de seres humanos excepcionales queriendo vivir con él-, no deja de preocuparme que le haga campaña sicológica del terror, que le meta cosas raras en la cabeza -porque Romualdo anda en plan "pasas de mi y desprecias mis opiniones"-, o simplemente temo al revoltijo que se le pueda hacer al Lucas con semejante propuesta -corríjanme si me equivoco, pero bastante insólita y un poquitin maquiavélica a mi juicio para un niño de 8 años-, lo que pueda sentir o plantearse respecto al asunto, al saberse poseedor de una opción. Porque él no tiene por qué entender, por lo menos no más allá de lo que su cuerpo y su corazón le piden, que es quedarse en lo que conoce, en sus afectos, en su mundo. Y me aterra la idea de que no se acostumbre, de que me haga la guerra, de que nada funcione, que no se ajusten los horarios y no tener a quien recurrir, que no encontremos casa, cupo en el colegio, que lo bajonee la añoranza, el frío o esté muy solo. Mi única seguridad es saber que mi felicidad está en la de él, y de que si no lo veo bien partir no será una oposición, sino que un impulso.

Pero quiero verlo bien, y no quiero partir aún. Quiero hacer un hogar para él y quiero uno para mí, sin que me visiten monstruitos cada noche a comerme el seso, sin que sienta que mi vida es un puzzle que no termino nunca de armar para poder instalarme de una vez por todas a gusto. Tiempo y tranquilidad interna para detenerme a disfrutar esa fortuna que está ahí, tan al alcance. Si tan sólo hay que estirar un poquito el brazo... Si tan sólo alguien susurrara hacia dónde tocar, porque por ahora está un poquito oscuro.

miércoles, 12 de enero de 2005

Los post que se quedaron perdidos por ahí, en la tierra de nunca se escribió…

- El desastre de la noche de navidad
- El desastre de la noche de año nuevo
- Mis deseos de año nuevo
-La loca carrera por los papeles
- Las teorías y opiniones del Lucas acerca del proyecto de su estadía acá
- El proyecto de su estadía acá
- Los chicos y chicas de la tienda
- Algunas vías de escape a la ansiedad
- Los libros que me he leído este año (si, un poquito mamón, pero es que me he leído algunos tan buenos…)
- Mis tres minutos en las rebajas
- Las últimas y escalofriantes novedades de mis vecinos
- Aventurillas madrileñas
- Ernesto, mi especial compañero de piso
- Desesperaciones de vuelta al colegio: las normas de existencia en el Planeta Risopatrón
- Mi buena acción del mes
- Por qué necesito hacer buenas acciones. Mis oscuros resabios de niña exploradora
- Mis amiguitos chilenos desde la distancia
- La distancia
- Éste…

lunes, 3 de enero de 2005

La no tan increíble pero sí triste historia de la cándida Vero y su supervisora desalmada (O el ocaso de una amistad nacida en el Planeta Risopatrón)

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Primero que nada una aclaración, que no por obvia a veces menos necesaria: Ésta es mi versión de la historia. Y no puede ser de otra manera, porque la cuento yo. No pretendo, ni puedo, contar otra distinta. Ya intentaré ser más justa en mis reflexiones... si acaso. Pero los blogs, hasta donde yo sé, no están para dictar pautas en equidad precisamente.

Había una vez una chica llamada Maté, que llegó un día cualquiera a trabajar a la tienda de Eugenio Risopatrón. Nos hicimos amigas, las 3 con Rita, mientras Domitila le dedicaba sus más efusivas muestras de desprecio. La ayudábamos con las cosas de la tienda –aunque rara vez pedía ayuda- e intercambiábamos opiniones sobre el trabajo y sus aspectos menos agradables. No estuvo más de 5 días, la trasladaron en medio de la ola de cambios sicopáticos. Luego me fui yo.

Cuando la pusieron de segunda encargada de mi tienda me puse súper contenta. Aunque llevaba muy poco tiempo en la empresa y su nombramiento a muchos les pareció injusto, yo pensé que se lo merecía. La conocía, había salido con ella, había estado cenando en mi casa. Me contó cosas de su historia que me hablaban de una persona esforzada, que se había hecho una vida con trabajo y sacrificio.

La cosa es que el mismo día ya había tenido problemas con un par de chicas. A la semana casi todas la detestaban, era la nueva Domitila. Cada vez me resultaba más difícil defender nuestra amistad, y yo misma me cuestionaba algunas de sus actitudes. "No entiendo cómo puedes ser su amiga", escuché más de una vez mientras trataba de conciliar, de tirar para los dos lados, y me enredaba entera. Empecé a ver a una persona agotadoramente directiva, autoritaria, a veces prepotente, que esperaba ser obedecida por la simple emanación de su autoridad, no por dar órdenes razonables. Cuando llegaba y decía cosas, como “esta caja está hecha un desastre, organízate un poquito” no sabía cómo contestarle. A veces honestamente, pero cada vez le caía peor. Al responder sentía que ya no sabía si era mi jefa o mi amiga y la confianza que había se volvía una cosa plática y difusa, casi inútil por indefinida. No entendía que no se diera cuenta de que habíamos estado todo el día cobrando como locos, no probándonos zapatos.

Entre medio, pequeños detalles, algunas actitudes no muy agradables, órdenes poco explicables.

Luego vino el capítulo del chanchullo con los horarios. Cuento corto, habían calculado los pagos de unas horas de manera algo turbia, y además los turnos estaban mal organizados, porque a algunas nos tocaba trabajar más al día siguiente. Estábamos conversándolo en grupo, sin entender mucho, y yo dije que le iba a preguntar a Maté qué onda… mejor yo que otra que le tuviera mala, pensé.

No me dejó ni terminar. Se puso el traje de la empresa en 2 segundos y me daba respuestas que no tenían ninguna relación con lo que yo le planteaba, mientras le iba subiendo el tono. No escuchaba lo que le decía. Me ofusqué. Me fui para no contestar alguna burrada. Llegó a la otra planta en plan “a mi nadie me deja hablando sola” y amenazando con llamar al supervisor a su casa (eran casi las 10 de la noche) para “arreglar” este asunto. Luego, cuando vio que la cosa no era sólo mía propuso ver qué podía hacer, y que el incidente no trascendiera.

Al otro día, a las 10 de la mañana en punto, llega Tirso, el supervisor y me dice: “A ver, ¿qué problema tienes TÚ con los horarios?”

Intenté explicarle, sacó nuevamente sus cuentas extrañas, Maté por detrás repetía sus argumentos del día anterior y todas estiraban el cuello para no perderse el último capítulo de “Supervisora malvada al ataque”.

Tirso: En 20 años que llevo trabajando aquí, nunca nadie me había dado problemas con los horarios
(ja!)
Maté: Y además, el otro día te quedaste dormida y llegaste media hora tarde. Y nadie te hizo trabajar ese rato.
(Información que compartí con ella en un momento de mayor afinidad, como podrán comprender. No pensé que algún día me tendría que arrepentir. Y la que me sugirió que me hiciera la loca y no le dijera a Tirso fue ella misma. En compensación por los minutos extras de todos los días a la hora del cierre…)
Al final, después de un poco productivo intercambio de puntos de vista –en el que mi “amigui” repitió dos veces más el asunto de la llegada tarde y sus poco ortodoxas razones- Tirso zanjó el asunto con un “¿te quedó claro?. No pude evitar soltarle un “no, para nada, pero dejémoslo hasta ahí”.
Hasta ahí.

Un par de días de evitarnos no podían bastar. Hoy, con la tienda a tope, con filas de gente esperando pagar, baja y le dice a Tina:
- Cierra esta caja y sube a la de arriba, que Pepita se va a almorzar.
Se va Tina. Yo sigo cobrando. A los 15 minutos baja de nuevo.
- ¿Por qué está abierta esta caja si dije que la cerraran?
- Le dijiste a Cristina que cerrara la suya, ella la cerró y subió.
- No, yo dije que estas cajas se cerraban, lo que pasa es que siempre haces lo que quieres.
- Yo estoy acá porque Tirso me dijo que abriera la caja. Si quieres la cierro, sólo que no entendí que querías que cerráramos sólo una.
- Lo dije bien claro. Cóbrale a esta señora y cierra. Y para la próxima vez, cuando digo algo se hace.
- Como prefieras. Yo no tengo abierta esta caja porque me guste.
- La cierras en cuanto termines con la señora, y le dices a los demás que paguen arriba, ¿entendiste?
- Si. Ya te escuche.
- Vfrdbjkvhonbkjfimavklhvoihny
(frases que no recuerdo y que no tienen mayor importancia).

Bueno, se cerró la caja. “Señorita, usted es muy amable. No como la otra, qué antipática. Y no entiendo por qué cerró la caja con esa fila de gente”, me dice una viejita a la que atendí furtivamente antes de poner el cartelito de cerrado, conmovida ante su cara de desilusión y el soponcio que estuvo a punto de darle al ver que llegaba su turno y que la caja de arriba estaba repleta. “Yo tampoco”, le dije, y me quedé sin hacer mucho, contestando un par de preguntas y mirando las filas de personas que se amontonaban en las otras cajas. Al rato Maté se apareció otra vez, vio que estaba el caos y le dijo a dos compañeras que abrieran las dos cajas. “Las abren ustedes dos, quiero que ustedes cobren”, recalcó. “Por fin abren la caja”, soltó un cliente. Sonreí, un poquitín a propósito, y seguí disfrutando de mi descanso. ¡Existe un baño ahí arriba!

Nuevo caos, porque las dos chicas de la caja no sabían algunas cosas, y además una de ella era la única que conocía bien los almacenes de abajo. Bajó nuevamente Maté. Me miró y se tragó la rabia.
- Verónica, a la caja.
- No. A mi casa. Son las 4, mi hora de almuerzo.

En eso estoy. Bueno, no almorzando precisamente, pero es que no puedo comer atragantada. A ver si ahora me pasa el bolo.

Y como habrán notado, esta historia no lleva moraleja ni nada parecido. La vida no siempre es bella, tan simple como eso. Pero vaya novedad…

FIN