lunes, 3 de enero de 2005

La no tan increíble pero sí triste historia de la cándida Vero y su supervisora desalmada (O el ocaso de una amistad nacida en el Planeta Risopatrón)

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Primero que nada una aclaración, que no por obvia a veces menos necesaria: Ésta es mi versión de la historia. Y no puede ser de otra manera, porque la cuento yo. No pretendo, ni puedo, contar otra distinta. Ya intentaré ser más justa en mis reflexiones... si acaso. Pero los blogs, hasta donde yo sé, no están para dictar pautas en equidad precisamente.

Había una vez una chica llamada Maté, que llegó un día cualquiera a trabajar a la tienda de Eugenio Risopatrón. Nos hicimos amigas, las 3 con Rita, mientras Domitila le dedicaba sus más efusivas muestras de desprecio. La ayudábamos con las cosas de la tienda –aunque rara vez pedía ayuda- e intercambiábamos opiniones sobre el trabajo y sus aspectos menos agradables. No estuvo más de 5 días, la trasladaron en medio de la ola de cambios sicopáticos. Luego me fui yo.

Cuando la pusieron de segunda encargada de mi tienda me puse súper contenta. Aunque llevaba muy poco tiempo en la empresa y su nombramiento a muchos les pareció injusto, yo pensé que se lo merecía. La conocía, había salido con ella, había estado cenando en mi casa. Me contó cosas de su historia que me hablaban de una persona esforzada, que se había hecho una vida con trabajo y sacrificio.

La cosa es que el mismo día ya había tenido problemas con un par de chicas. A la semana casi todas la detestaban, era la nueva Domitila. Cada vez me resultaba más difícil defender nuestra amistad, y yo misma me cuestionaba algunas de sus actitudes. "No entiendo cómo puedes ser su amiga", escuché más de una vez mientras trataba de conciliar, de tirar para los dos lados, y me enredaba entera. Empecé a ver a una persona agotadoramente directiva, autoritaria, a veces prepotente, que esperaba ser obedecida por la simple emanación de su autoridad, no por dar órdenes razonables. Cuando llegaba y decía cosas, como “esta caja está hecha un desastre, organízate un poquito” no sabía cómo contestarle. A veces honestamente, pero cada vez le caía peor. Al responder sentía que ya no sabía si era mi jefa o mi amiga y la confianza que había se volvía una cosa plática y difusa, casi inútil por indefinida. No entendía que no se diera cuenta de que habíamos estado todo el día cobrando como locos, no probándonos zapatos.

Entre medio, pequeños detalles, algunas actitudes no muy agradables, órdenes poco explicables.

Luego vino el capítulo del chanchullo con los horarios. Cuento corto, habían calculado los pagos de unas horas de manera algo turbia, y además los turnos estaban mal organizados, porque a algunas nos tocaba trabajar más al día siguiente. Estábamos conversándolo en grupo, sin entender mucho, y yo dije que le iba a preguntar a Maté qué onda… mejor yo que otra que le tuviera mala, pensé.

No me dejó ni terminar. Se puso el traje de la empresa en 2 segundos y me daba respuestas que no tenían ninguna relación con lo que yo le planteaba, mientras le iba subiendo el tono. No escuchaba lo que le decía. Me ofusqué. Me fui para no contestar alguna burrada. Llegó a la otra planta en plan “a mi nadie me deja hablando sola” y amenazando con llamar al supervisor a su casa (eran casi las 10 de la noche) para “arreglar” este asunto. Luego, cuando vio que la cosa no era sólo mía propuso ver qué podía hacer, y que el incidente no trascendiera.

Al otro día, a las 10 de la mañana en punto, llega Tirso, el supervisor y me dice: “A ver, ¿qué problema tienes TÚ con los horarios?”

Intenté explicarle, sacó nuevamente sus cuentas extrañas, Maté por detrás repetía sus argumentos del día anterior y todas estiraban el cuello para no perderse el último capítulo de “Supervisora malvada al ataque”.

Tirso: En 20 años que llevo trabajando aquí, nunca nadie me había dado problemas con los horarios
(ja!)
Maté: Y además, el otro día te quedaste dormida y llegaste media hora tarde. Y nadie te hizo trabajar ese rato.
(Información que compartí con ella en un momento de mayor afinidad, como podrán comprender. No pensé que algún día me tendría que arrepentir. Y la que me sugirió que me hiciera la loca y no le dijera a Tirso fue ella misma. En compensación por los minutos extras de todos los días a la hora del cierre…)
Al final, después de un poco productivo intercambio de puntos de vista –en el que mi “amigui” repitió dos veces más el asunto de la llegada tarde y sus poco ortodoxas razones- Tirso zanjó el asunto con un “¿te quedó claro?. No pude evitar soltarle un “no, para nada, pero dejémoslo hasta ahí”.
Hasta ahí.

Un par de días de evitarnos no podían bastar. Hoy, con la tienda a tope, con filas de gente esperando pagar, baja y le dice a Tina:
- Cierra esta caja y sube a la de arriba, que Pepita se va a almorzar.
Se va Tina. Yo sigo cobrando. A los 15 minutos baja de nuevo.
- ¿Por qué está abierta esta caja si dije que la cerraran?
- Le dijiste a Cristina que cerrara la suya, ella la cerró y subió.
- No, yo dije que estas cajas se cerraban, lo que pasa es que siempre haces lo que quieres.
- Yo estoy acá porque Tirso me dijo que abriera la caja. Si quieres la cierro, sólo que no entendí que querías que cerráramos sólo una.
- Lo dije bien claro. Cóbrale a esta señora y cierra. Y para la próxima vez, cuando digo algo se hace.
- Como prefieras. Yo no tengo abierta esta caja porque me guste.
- La cierras en cuanto termines con la señora, y le dices a los demás que paguen arriba, ¿entendiste?
- Si. Ya te escuche.
- Vfrdbjkvhonbkjfimavklhvoihny
(frases que no recuerdo y que no tienen mayor importancia).

Bueno, se cerró la caja. “Señorita, usted es muy amable. No como la otra, qué antipática. Y no entiendo por qué cerró la caja con esa fila de gente”, me dice una viejita a la que atendí furtivamente antes de poner el cartelito de cerrado, conmovida ante su cara de desilusión y el soponcio que estuvo a punto de darle al ver que llegaba su turno y que la caja de arriba estaba repleta. “Yo tampoco”, le dije, y me quedé sin hacer mucho, contestando un par de preguntas y mirando las filas de personas que se amontonaban en las otras cajas. Al rato Maté se apareció otra vez, vio que estaba el caos y le dijo a dos compañeras que abrieran las dos cajas. “Las abren ustedes dos, quiero que ustedes cobren”, recalcó. “Por fin abren la caja”, soltó un cliente. Sonreí, un poquitín a propósito, y seguí disfrutando de mi descanso. ¡Existe un baño ahí arriba!

Nuevo caos, porque las dos chicas de la caja no sabían algunas cosas, y además una de ella era la única que conocía bien los almacenes de abajo. Bajó nuevamente Maté. Me miró y se tragó la rabia.
- Verónica, a la caja.
- No. A mi casa. Son las 4, mi hora de almuerzo.

En eso estoy. Bueno, no almorzando precisamente, pero es que no puedo comer atragantada. A ver si ahora me pasa el bolo.

Y como habrán notado, esta historia no lleva moraleja ni nada parecido. La vida no siempre es bella, tan simple como eso. Pero vaya novedad…

FIN

8 Comments:

Blogger el doc said...

Supongo que a todos nos ha tocado alguna vez equivocarnos severamente con alguien, pero tu caso logra alcanzar niveles difíciles de siquiera imaginar. Pero bueno, si en la historia hemos tenido tantos ejemplos de lobos disfrazados de oveja, por qué no habrán de esos en la vida diaria tambien.

Ya quedan pocos días para que al menos termine la locura de las compras, habrá que ver si se reduce en algo la locura humana.

Saludos!

12:26 a. m.  
Blogger Nadia said...

Puf, yo no sé si tenga suerte o pocos amigos, pero hasta el momento no me llevado una desilusión de esa magnitud. Sin embargo creo que la gente que es así, recibe lo que le corresponde.
Cariños, y feliz Año Nuevo.

3:52 a. m.  
Blogger unsologato said...

Qué che le va cher... paciencia... el ser humano que no es tan humano y apenas si es algo que anda jodiendo a los demás...
Forzzzzaaa!!!
Abrazo felino!!!

2:04 p. m.  
Blogger Nestor said...

En una reunión hace unos días, los jefes de la oficina hablaban de hawai, luxemburgo y otras lindezas, los empleados hablaban de niños, nanis y vacaciones en las playas cercanas, los empleados de servicios más humildes no estaban invitados. Yo sólo observaba las piernas largas de una de las jefes, recién llegada del caribe, su origen humilde lo demostraba en su despotismo para tratar a sus subalternos. Un tabú es su ciudad natal. Vox populi fueron sus amoríos con el gerente general. Ingeniero y todo, la pobreza, la ignorancia y la ambición descontrolada matan todo indicio de evolución humana

5:20 p. m.  
Blogger isabelicity said...

grrrrrrrrrrrrrrrrr es lo único que puedo decir, perra miserable

9:35 p. m.  
Blogger Barro said...

Muy buen post, Vero

1:30 p. m.  
Blogger Roberto Arancibia said...

What a bitch!
Alternativas:
- Buscar rápidamente un voluntario que le haga el favor. (Debo aclarar que esto no es sexista, si la perra fuera hombre, -Straight or gay- diría lo mismo).
- Contactar a siniestros personajes y hacer que parezca un accidente...
- Emborracharla con Tirso, (se aceptan drogas mayores), desnudarlos sobre las caras alfombras, fotografiarlos y luego publicar las peores en la red.
- Esperar, con paciencia oriental, que pase el funeral -laboral, se entiende- por la puerta de tu casa.
- No pescar e invocar a Gandhi, Luther King y la Madre Teresa.
- Seguir posteando bien, como hasta ahora.

Feliz 2005!!

5:52 p. m.  
Blogger Cpunto said...

A la genialidad de Roberto, agregaría otra alternativa:

-conseguir fenolftaleína (homeopatía)y mueles unas 2 o 3 tabletillas, las agregas a su jugo o café...y voilá, una diarrea que no la matará deshidratada pero que la mantendrá en el baño por toda una tarde, a ver si deja su "basura" donde corresponde,

ánimo, y consigue un spray anti envidiosas para la cartera

5:41 p. m.  

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