miércoles, 23 de marzo de 2005

Delicatessen

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Londres en Londres es pausa, degustación, una cosa tangible y delicada, deliciosamente estética. El aire, más ingrávido, se lleva presuroso el sutil dolor de la no pertenencia.
Londres después de Londres es un torbellino difícil de detener, un fizzzz, arena entre los dedos que se escapa como los nombres de los muchos lugares por los que anduvimos, nombres que debería ser capaz de recordar por un mínimo de dignidad, pero no hay caso: el relojito típico, la fuente de Eros y los besos de no sé qué, el museo ese de arte moderno y el otro de los cuadros famosillos, el puente de nosecuantito, el palacio ese, la ruedita gigante cápsula-galáctica desde donde se veía casi toda la ciudad, Soho, Saho, Suho…

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Londres siempre de la mano de otros, lo reconozco como un viaje protegido, pegada al sentido de la orientación del resto del grupo (hasta el Lucas me ganaba en saber para dónde caminar!), absorbiendo sus pasos seguros. Tal vez algún tátara tatarabuelo perdido por ahí me dejó unos genes despistados por herencia, tal vez con un poquito de comodidad incluida…
Londres incansable, 6, 7 horas diarias aplanando calles, caminando por cuanto rincón se nos ocurría meternos, salirnos del mapa y salvar con el metro cuando ya no se daba más, el viejo, enorme y feo, pero a la vez envidiable metro, tan simple, tan british, tan lleno de cosas y de gente… y con unos asientos que parecían sillones, lo mejor, jeje. Pero más ganas daban de estar afuera, buscando esas calles de puertas antiguas y rejas abiertas, chimeneas de ladrillo y balcones de ventanas generosas y macetas con pequeñas florecillas asomándose con colores nuevos. Algo parecía haber detrás de aquellas rejas abiertas y cortinas de telas vaporosas, algo tan diametralmente opuesto al dolor y al hambre que llegaba a ser doloroso a la vez que balsámico, como si la abundancia pusiera en el otro lado de la muralla cosas inesperadas, Alicia preparando el té de las 5 mientras el conejo se ríe de nuestra cara de apuro y el sombrerero loco nos recuerda con toda cordura que todo es un sueño.
Y salió el sol, todos los días, y los parques se llenaron de gente sacando la piel para saludar al esquivo cara de gallo… todos despaturrados por igual, languideciendo como elegantes gatos con las tripas al aire, vientres blancos transparentes, muslos negros azules, poros asiáticos bebiendo del calor generoso.
Y sí, oh yes, I speak english, bastante mejor de lo que me obstinaba en creer, teniendo en cuenta lo añejo de mis conocimientos. Grande Instituto Chileno-Británico, thank you very mucho… dicen que uno cuando crece valora ciertos esfuerzos paternos, como someter a los hijos a variadas actividades extraprogramáticas y otros desvaríos…

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Como verán, hasta protesta le hubo, pacífica como buena manifestación por la paz, y concurrida, y yo feliz me manifestaba en un estado de semivigilia (solcito, pasto, almuerzo abundante y visita prolongada al museo… calculen), mientras mis cultos acompañantes –Padre / Cabra Chica / Pelucas – seguían en la aún más prolongada contemplación de Cristos sangrantes, piluchos de todo tipo, paisajes varios y otros exponentes del arte clásico que le dicen. Y también musical, mmm, yeees, el segundo en menos de un mes, esta vez El Rey León y sus disfraces espectaculares, bello, tanto como las vitrinas y escaparates, con ropas increíbles, supermegafashion bolsos y accesorios, libros de todos los tipos, películas y… ufff, me callo porque si no, no paro. Y me entra el hambre…

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Londres, como verán, me gustó. La “experiencia-Londres”. Compartida con “un pedacito de mi gente” (siempre con el otro pedazo, mi queridísima familia santiaguina, en el recuerdo y las ganas de compartir el hipo del momento). Relajada a la vez que aprovechada. Y lo mejor de todo, me saqué la máquina de la cabeza.
Vero en off.

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PD1: Me van a tener que perdonar el caos. Necesitaba vomitar lo que se me fuera viniendo antes de que se me desmigajaran aún más las miguitas que me quedan entre los dedos.

PD2: Una vez cumplido el deber patrio vuelvo a decretar un receso en este blog. Mi padre sigue en casa, acaba de llegar de Suecia mi amiga Caracola, el Luque desea compartir tiempo con su amada madre (sobre todo ahora que se acerca su primer día de clases) y me llegó un mail de un profesor de la escuela sugiriendo muy sutilmente que tenga a bien enviar el trabajo que le debo hace más de dos meses, además de mi inminente cambio de casa a fin de mes y la urgente necesidad de adquirir elementos indispensables para dicho acontecimiento, como… colchones! (entre como 25 otras cosas que tengo anotadas en una lista desesperantemente autopoiética - por más que la rayo siempre aparecen cosas nuevas y nunca disminuye- y que me dan lata seguir contando).
Tal vez me tire por ahí alguna línea loca, si algo se me atraganta mucho. Pero no quiero sentirme con esa rara culpabilidad que me da al desaparecer más de una semana, necesito explicarme para desaparecer lo necesario, sin asco y sin remordimientos. Porque la maldita lista debe empezar a morir ya.
QEPD.

PD3: Mi madre dice que las energías positivas ayudan, aunque uno esté al otro lado del mundo y sienta que con escuchar no alcanza. Así que quiero aprovechar de mandarle todo mi amor y mis mejores vibras a mi sobrino Gonzalito, de quién me acordé todo el viaje. Estuvo muy muy enfermito, pero afortunadamente la cosa ya va en retroceso… :)

Feliz finde largo! (aunque yo trabaje el sábado, grrr)

lunes, 14 de marzo de 2005

“Hola gente pobre”

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Ayer fui a ver Cabaret. Me llamó Rebeca hace nos días para preguntarme si quería acompañarla, y le dije que sí altiro, ni la pensé. No porque fuera Cabaret, podría haber sido cualquier otra, sino porque nunca había ido a un musical y tenía la espina atragantada. Y como ando en mi etapa de “hagamos cosas glamour y creámonos gente linda” partí feliz, pese a mis escasas reservas en minutos y metálico. Mejor cuando supe que la cosa era invitación, me faltaba el puro abrigo de pieles…

La cosa era arriba. Bieeeeen arriba. Apenas podíamos ver al viejo de la primera fila de abajo, que sacaba la lengua, se arreglaba la chaqueta y se revolvía incómodo porque una bailarina le ponía el culo en la cara. Abajo todos sentados alrededor de mesitas, con copas de vino y camareros que les llevaban alimentos varios de los de picar mientras nosotros, “los de arriba”, asomábamos la cabeza por entre la “baranda del palco”, o sea, un fierro que separaba en dos el escenario a nuestros ojos, para mirar con un poquito de envidia.


(Conceptos como "arriba" y "el fierro" se aprecian mejor mirando la bella flechita que tan gentilmente dibujé sobre la foto)

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Pero la cosa era divertida, y linda, y todo lo glamour que necesitaba. Y es que al final uno se olvida de que todo se ve en chiquitito o con fierro. Es como cuando se tiene una tele chica o con los colores raros, cuando uno se acostumbra ya no se da cuenta, y se mete en la historia igual que si estuviera frente a una súper mega pantalla no sé qué.

Se mete en la historia… Hasta que el maestro de ceremonias de la cuestión, el presentador del Kit Kat Klub se pone a hablar con el público. A bromear con el viejo gordo y rosado de la primera fila, a bailar con una chica de la segunda, a preguntar nombres y mandar saludos a los asistentes. Y de pronto, como que no quiere la cosa, miró hacia arriba, agitó los brazos y haciendo una mueca de placer anticipado gritó todo lo fuerte que pudo:

“¡Hola gente pobre!”

Nos reímos a carcajadas. Hasta las lágrimas. Pero me vino un pequeño no sé qué…

¡Alto! ¿¿¿Gente pobre yo???

¿Yo? ¿Que me la pasaba invitando a mis amigos, novios y otros seres de dudosa clasificación a comer fuera? ¿Yo que nunca me preocupé de la salud porque tenía isapre? ¿Yo que cuando me faltaba algo para la casa aplicaba la tarjeta Falabella y ya? ¿Yo que me la pasaba comprando regalillos y tonteritas para medio mundo por el puro gusto que me produce regalar cosas? ¿Yo que cuando me apestaba tomaba taxi? Yo que que que que… ¿¿¿¿qué?????

Me lo dijo un día la Antonia, cuando me explicaba el procedimiento para solicitar beca de alimentación pa’l Luqu en el colegio: “entiéndelo, aquí tu clasificas como sujeto necesitado de la ayuda social”. Y claro, si lo pienso fríamente cumplo todos los requisitos: ninguno de mis zapatos vale más de 30€… jejeje.

No, en serio: gano menos del mínimo, no tengo casa, auto u otro tipo de propiedades, mi fuente de trabajo no es de lo más estable que digamos, ni yo ni el Lucas tenemos seguro social ni otra clase de cobertura médica y su educación definitivamente depende de los buenos oficios escolarizadores del estado. Y bueno. Descubrí América por teléfono que le dicen…

Pero la gente pobre va a ver musicales, juega a ser cosmopolita y se divierte. Porque la gente pobre se va a Londres el martes junto a su padre nada de pobre, su amiga Cabra Chica y su hijo que insiste en vestirse como pobre (Dios, que desastres de ropas que tiene, pero las ama y no me deja eliminarlas). Así que ya les contaré.

(Y el musical, por si esa parte no quedó clara, estuvo bellísimo. Delicioso. Igual que las tapas de jamón y queso que nos devoramos a la salida en el Museo del Jamón… Gran noche. Así que aprovecho de mandarle mis agradecimientos a la gentil auspiciadora, que hoy me dio el triste notición de que se me iba en dos semanas de vuelta pa’l otro lado del mundo. Te voy a extrañar asquerosamente mucho querida “Rebeca” :( Otra cosa será esto sin ti y tus zapatos que me caben…)

martes, 1 de marzo de 2005

Estiramiento muscularrr

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Cuando salí hoy a trabajar hacían 3 grados bajo cero, pero había sol. Tenía ese sueñito rico que se tiene cuando se han dormido 8 horas (un lujo que a veces me permito, dejando a mis pequeños demonios de lo pendiente que mastiquen con sus pequeños dientecitos mi masticado cerebro, mientras yo ronco y ni me entero). El Lucas me había tosido toda la noche en el oído, respiraciones con gorgoritos y balbuceos incoherentes incluidos, pero mis huesos y músculos pudieron estirarse como no podían y ansiaban hacerlo hace semanas, asombrados ante el generoso espacio colchonil que se derramaba en el horizonte, todo gracias al gentil cambio de hogar de Ernesto. Acababa de enterarme de que podía pedir vacaciones –sumamente oportuno, considerando el próximo arribo de mi señor padre por estos lados- y las pedí, encontrándome con unos inesperados y deliciosos futuros días de desconexión. Al llegar a casa me esperaba un cerro de platos sucios, ropa arrugada apareciendo en los lugares más insólitos y una promesa de ver Scooby Doo. Pero el almuerzo estuvo exquisito, el postre mejor y al otro lado de la mesa había una cara deliciosa y ridícula, llena de dibujitos a lápiz pasta (el otro día fueron puntitos porque quería tener peste), que me sonreía. Y que luego de comer levantó sus platos, se puso a limpiar vidrios y sacó la basura, muy “pequeña casita en la pradera” todo.
No ha pasado nada espectacular. Las cosas siguen en el limbo (y cuánto, que inconmensurable cantidad y calidad de… cosas caben en la palabra cosa), el futuro con esa enorme bocota que no se cierra, zapatos, cuadernos, libros, cajas, objetos varios que ya no sé dónde poner, acumulándose en bolsas, esperando un rinconcito feliz, estacionario, donde soñar con la perpetua ubicuidad. Nada espectacular. No me he enamorado, no he tenido un golpe de suerte, no me he ganado nada, mi tele sigue viéndose en blanco y negro. Y la lavadora botando agua. Agua fríiiiiaaaaa.

Pero había solcito.