martes, 28 de diciembre de 2004

Balance navideño

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- 420 euros por concepto de domingos y horas extras trabajadas. 380 gastados en visita de emergencia al dentista, debido a un arrebato pro-desintegración de una de mis muelas en medio de la inocente masticación de una almendrita. Al menos no tendré que seguir enterándome de que los dientes por dentro son de otro color.
- Serio proceso de replanteamiento de mi concepto de la navidad (porque por más que nos pese, TODOS tenemos uno, aunque ese uno sea un no-concepto… y si no, pregúntenle a mi amigo P.)
- Alarmante acumulación de trabajos, ensayos y ejercicios varios atrasados. Un libro de Conrad (una joyita de 468 páginas) a leer antes de mi próxima clase de seminario. Un proyecto de novela que es un desastre absoluto. Por suerte me quieren en la escuela…
- Sueño, mucho sueño.
- Regalitos, varios. No puedo quejarme:
* Un collar que llegó de sorpresa a la tienda, junto con Nadia y una deliciosa botella de champaña, y que se ha convertido en la envidia absoluta de mis compañeras de trabajo
* Uno de mis perfumes favoritos. Oportunísimo dado el estado casi inexistente de mi fiel compañero One. Pulseras de colores y un cuadernito para anotaciones todoterreno. Cómo me conoce Rebeca.
* Una llamada familiar. Gritos en medio de interferencias. Yo viendo el cuadro, “mi” gente saludando por turnos. Una cosa en el estómago, inexplicable.
* Una pata de jamón, delicadeza a cargo de Eugenio Risopatrón. Absolutamente gracioso, si me hubieran regalado un taladro creo que habría sabido mejor que hacer con eso. Finalmente el asunto fue reducido, tras los enormes esfuerzos de Antonia y la escasa ayuda de mi cuchillo de mantequilla, a un cerro de cosas carnosas de tamaños irregulares que se repartió entre nuestros estómagos, mi congelador y el bolso de la señorita carnicera (que a todo esto, casi murió cuando se enteró de mis intenciones de que se fuera a su casa –al otro lado de la ciudad- con la pata colgando).
* El anuncio de una caja procedente de Chilito llena de regalillos misteriosos. Una fantasía cumplida, no sé bien cómo explicarlo, pero el estar lejos es algo que siempre he sentido como parte de mi “ruta” y que por lo tanto de alguna manera he anticipado, y el recibir un paquete con pedacitos de casa es una de las delicias que asocio con esa lejanía, una especie de promesa antigua que se paga, una imagen que me pertenece aún antes de conocerla.
* El pasaje del Lucas, gentil auspicio de mi padre. Disminución considerable del estrés financiero, inicio inminente del estrés materno-existencial. Se viene dificilillo el asunto, escasos deseos por parte de mi retoño de cohabitar conmigo en esta ciudad. Se viene mi niño, con las cosas a medio armar, con el tiempo encima. Con harta fe y harto susto. Con todo lo que eso implica.
* Almuerzo con Pau. Megapatatas con salsa y champiñones. Conversaciones varias, placeres sencillos. Una rápida pero relajada puesta al día de su vida parisina y mis pataleos laborales… Y bueno, para qué andamos con cosas: me encanta que me inviten a comer, y me encanta andar en autito. ¿A quién no en todo caso?
* Días de sol invernal. No calienta mucho, pero se ve tan bonito… Ah!, y el otro día nevó, si parecía postal navideña gringa. Pese a eso no pude evitar emocionarme.

sábado, 18 de diciembre de 2004

Proletario enajenado sin conciencia de clase

Releo a Marx, al Marx joven, el del Manifiesto, el de la enajenación del proletariado.
Leo a Sennet, “El respeto”, un ensayo de 300 páginas “sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad”. Sobre la necesidad de que el respeto sea mutuo, que reconozcamos la dignidad de cada ser humano, esté por encima o por debajo de nosotros.
Leo en el poco tiempo que me queda libre, en el bus, en el baño, en la fila del supermercado.
Pero en este tiempo, sobre todo en este mes de locos, trabajo. A lo bestia, sin pausas, peleando con la caja, los balances, el datafono, los imprevistos, los líos de cuentas, los enredos inevitables, tragándome las malas caras de la gente, el escaso espíritu navideño, los gestos y bufidos de impaciencia ostentosa. Enterrada hasta el fondo en un mundo paralelo que transcurre bajo tierra, con focos amarillo-verdosos y olor a cuero, un mundo que no conoce fines de semana y en el que el único mandamiento que vale es “lleve este llavero, deje su dinero”.
Proletario enajenado sin conciencia de clase.
Porque creo firmemente en que “la clase” es una huevada.
Que el respeto alcanza para todos.
Que la vida da muchas vueltas, y a veces estamos en la cresta de la ola y otras sólo somos la arena del fondo…

Ayer estaba con Mariana en la caja de abajo. Horas cobrando, empaquetando, sonriendo, saludando. Escuchando a la gente quejarse de lo cansados que están de comprar, de que la calefacción está muy fuerte, de que tienen hambre y se quieren ir. Tratando de conseguir que alguna compañera te ayude con un código que te falta o con algún encargo de un alma poco solidaria que llama por teléfono para ver si tenemos un billetero de no me acuerdo el nombre pero es cuadrado, rojo y tiene cremallera (la mitad de los billeteros rojos). Tratando de ayudar a tus compañeras, que están tan atragantadas como tú, que tienen la misma cara de sueño, la misma expresión de no doy más, la misma enajenación marxiana. Y llega una vieja. Con una cesta llena de cosas para regalo, 45 cosas. Y como 7 personas esperando su turno detrás de ella.
- La vieja: Por fin (ojos en blanco)
- Nosotras 2 (o alguna de nosotras 2): Hola, buenas tardes.
- LV: Mrsmsnrññ
- N: ¿Para regalo?
- LV: Hmm (cara de ¡para qué más va a ser!)
- N: A ver, son 9 llaveros…
- LV: ¿Cómo que 9? Si yo traje 10, no ven que son para 10 personas?
- N: Señora, acá hay 9.
- LV: Pero yo tengo 10 en mi lista.
- N: …
(se me ocurre una idea y tomo un llavero del mismo modelo que alguien finalmente no compró y dejó en la caja)
- N: ¿Le gusta este color?
- LV: Mmmm… bueno, qué se le va a hacer.
- N: Sigamos, 6 agendas median…
- LV: ¡¿Y esa mancha?! (pasa el dedo sobre la tapa)
- N: ¿Cuál mancha?
- LV: No, déjalo, si no importa. Si la mitad de las cosas acá están manchadas, yo no sé cómo no les da vergüenza vender esto.
- N: …
- LV: A ver, pásame ese perfumero.
- LV: ¿Ese lo tienen en rojo?
- N: Sí.
- LV: ¿Y entonces por qué no lo ví?
- N: Porque están en esta planta, con las cosas rojas, burdeo y naranja.
- LV: Ya. Es que ponen las cosas en cualquier sitio… Si hubiera sabido…
- N: …
- LV: Mejor lo voy a llevar en rojo (extiende el perfumero)
- N: …
- LV: …
- N: (carraspeo) Si quiere lo va a cambiar mientras envolvemos esto.
- LV: ¡Chs!¿Y no puede ir alguna de ustedes a cambiarlo?
- N: Señora, nosotras estamos en la caja (mirada recíproca de AGGGGG)
- LV: Pero trabajan aquí, ¿no? ¿No están para eso?
- N: Si quiere, puede pedirle a alguna compañera que está en la planta.
- LV: Para lo bien que atienden… si me estuve paseando como media hora sin que nadie me atendiera, estaban todas ahí en grupito conversando, felices de la vida dándole a la lengua…
- N: Sí, es que esta tienda es bien especial. Nos pagan por conversar…
- (Cara de "qué te has creído, insolente")
- (Cara de jajaja)
- (Cara de "ya te las vas a ver conmigo" y probables pensamientos de "espera no más la hoja de reclamación que te voy a poner")
- (Cara de "a mí qué me importa" y pensamientos poco amables que han sido omitidos en honor a los esfuerzos paternos por inculcarme un mínimo de decoro)
- LV: (resignándose con mirada asesina). Bueno, tendré que ir yo “misma”, ya que en esta tienda parece que les da igual que una compre 600 euros…

5 minutos de placer en ausencia de la vieja.

- LV: ¿Qué son esos que tienen ahí? ¿Pisapapeles? Dame 6.
- N: ¿También para regalo?
- LV: Obvio, no van a ser los 6 para mí.
- N: …
- LV: ¿Ya me hicieron la factura?
- N: (suspiro) ¿Quiere factura?
- LV: ¿No ven la cantidad de cosas que llevo. Está claro que son regalos para una empresa.
- N: Ya.
- LV: A ver, voy a contar las cosas. No vaya a ser que me están poniendo cosas de menos.
- N: …
- LV: acá hay sólo 4 juegos de baño
- N: No, son 5, mire…
- LV: Mmm
- LV: Espera, todavía no cierres la cuenta. Voy a llevar un par de cositas para mí.
- N: … (¡!!)

(En voz baja)
- Vero, ¿idea mía o es un poquitín pesada la vieja?
- un poquitín? ¡es insufrible!
- ¿le ponemos las cosas en las bolsas feas?
- ¡dale!
- ¿Y le decimos del juego de toallas que se lleva por compras superiores a 200 euros?
- No. No se dio cuenta así que no le digas nada.
- ¿Y le ponemos las cajitas especiales de los billeteros?
- Noooo
- Y los regalitos por la compra de los joyeros?
- ¿Tú qué crees?
- ¿Que no?

- Por intragable.

Risas que se les escaparon a algunos de los que esperaban en la cola (nunca te fíes de las limitaciones del oído humano).

Y bueno, como todo en la vida - lo agradable y lo desagradable- tiene que acabar, finalmente se fue la vieja. Rodeada de bolsas y de amargura, de sus ridiculeces y grandes ínfulas.

En esta tienda parece que les da igual que una compre 600 euros…

La verdad es que sí, que nos da igual que alguien compre el equivalente al sueldo de un mes o un bolígrafo de 15 euros. Eso le importará a Eugenio Risopatrón, pero para nosotras, para mí, importa otro tipo de valor.
Un gesto amable, un comentario de ánimo, una sonrisa, un “no se preocupe, si veo que está a full”.
Incluso a veces una carcajada de camaradería.
Esa es clase.

lunes, 13 de diciembre de 2004

Yo quiero ser trascendente

Image Hosted by ImageShack.us Últimamente me cuesta mucho escribir en este blog. No porque no se me ocurran cosas (bueno, a veces es por eso), sino que porque me cuestiono permanentemente el concepto de blog en sí…

Será mi de-formación periodística, la que rezonga con voz gruñona que lo que uno escribe debe tener una especie de utilidad social, porque somos algo así como los redentores de los pobres desinformados.

Será Parrales, el que me tiene sufriendo con el teclado hasta las 6 de la mañana mientras escucho su voz cavernosa que repite “cada palabra debe estar ahí por algo, aportando algo”… básicamente la idea es que si no se escribe así, tu novela apesta.

Será mi manía de cuestionarme todo.

La cosa es que yo estoy entera enredada y ya no sé.

Si me pongo a hablar de los desastres que pasan en el mundo, siento que me las estoy dando de comentarista frustrada, y que para eso la gente puede agarrar el diario e informarse de lo que les interesa saber.

Si me da por compartir algo que he escrito para clases, un relato que me surgió con una imagen, un cuento o lo que sea, me parece que estoy dando la lata, que el que quiere leer literatura va y se lee un libro, que para eso hay una lista enorme de personas que escriben increíble (es lo malo de leer tanto, ya no te liberas de la autocrítica lapidaria… y en algunas ocasiones, de la necesidad de que los demás te digan que te quedó muy bonito, para que vamos a andar con cosas).

Si me pongo a hablar de los pequeños asuntos de mi vida cotidiana siento que eso no le interesa más que a unos pocos, lo amigos que me conocen, y que ya para eso les escribo mails y los llamo. Que en realidad no tiene nada de emocionante saber cuántas veces quise estrangular a un cliente o descuadré la caja esta semana.

Así está el asunto.

Pero me voy a hacer la loca…

Supongo que después de todo, para eso uno tiene un blog, para darle con lo que se le ocurra, con lo que se le atragante, desde lo más nimio a lo más trascendente (que increíble la cantidad de veces que uno de cruza con esa palabrita durante la época de estudiante de lo que sea relacionado con humanidades… lo sé yo, que he tenido ramos de periodismo, literatura, filosofía, sicología y otras ías… incluyendo teología, jeje).

Y otro detallito: cuando a mi me aburre un blog, pues no lo leo más. Es así de fácil.
Y nadie sufre.
No hay dolor.

sábado, 4 de diciembre de 2004

Come y calla

Resulta que las cosas se estaban calmando bastante en el trabajo. Después de un periodo medio turbulento, de peleas y choques varios habíamos alcanzado la ansiada armonía, una cosa cercana a la amistad, ya por sobre el trato cordial, por lo que resultaba casi agradable ir a trabajar. Sobre todo a cierta hora en que entraba poca gente, y que entreteníamos con guiños cómplices de “voy al baño, cúbreme (o sea, a comer algo, a fumarme un cigarrito, a sentarme un rato)” y conversaciones realizadas estratégicamente en los puntos muertos de las cámaras.

Por otra parte fue también un mes de despedidas. Primero Félix, que encontró otro trabajo, lo que trajo como resultado el ascenso de Domitila a las cumbres de la jefatura máxima de esa sucursal y el de Vito como segundo a bordo, algo que en un principio me pareció tenebroso. Luego tuve que admitir que me había equivocado un poco con Vito, que se reveló como jefe top, aperrado por su gente, motivador y mesurado (mi amada jefecita siguió más o menos igual que siempre, por lo que la cosa no estaba muy novedosa por esos lados). Después se fue Maté, la dominicana despampanante que sólo llevaba 3 días, aunque ya de entrada le habían dicho que iba destinada a la tienda de Retiro. Días mas tarde nos juntamos a cenar, me contó que en Retiro las cosas eran un asco, yo le hablé de mis dramas novelescos con Domitila y decidimos que la vida era una putada.


Hace 4 días le tocó traslado a Marco, el argentino que se supo hacer indispensable en dos semanas de “convivencia” con su encanto dosificado. Se fue triste, sin ganas, sin entender la autoridad cerrada de la orden. Sin saber cómo tragarse sus preferencias, qué hacer con sus deseos, con el rincón de la tienda que más le gustaba, con los ratos de risa con sus amigos.

Y yo que todavía no entiendo nada. Que llegué hoy como todos los días por la mañana, me metí al bar que está al lado y compré mi desayuno de todos los días. Que entré a la tienda, me cambié, salí a fichar y ya no supe más qué estaba pasando.
- Te tienes que ir a la tienda madre- me dijo Domitila nada más al salir de cambiarme-. Allá están a tope, me dejaron un papel para que te avisara.
- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
- Ahora.


Y luego todo fue rápido, rapidísimo, llegar, entrar, la tienda gigante, la locura, las miles de cosas que en mi sucursal no habían, un tour rapidito y pasar derecho a la caja, ya sin parar. Sin jugar a hacerle muecas a las murallas o doblar bolsas con parsimonia, pasear en círculos y ejercitar la lengua con el del lado. porque aquí no hay ratos menos moviditos y ratos mas moviditos, son todos terremoto. Sólo clic, aceptar, cobrar y colas y colas de gente con necesidad evidente de espíritu navideño y expresiones de pocos amigos…

Y a mí nadie me preguntó, a nadie le importó nada, no hay bolsa o recipiente donde poner la conversación que dejé pendiente con Rita, el placer de masticar su sandwish en el baño, mis conocimientos ya casi exactos de la ubicación de todos los bolsos o las caras de los clientes que ya se iban haciendo conocidos.

He empezado tantas cosas, tantas veces de cero, que ya no quiero más. En menos de 1 año -sólo por no marear con mis estragos anteriores a la hora de elegir carrera, mantener relaciones sentimentales estables o quedarme instalada en una misma casa un tiempo razonable-
cerré una vida, regalé todo lo que no me traje, le puse pausa a 8 años de maternidad, agarré un avión poseída por una fobia asquerosa y me instalé a vivir con un desconocido. Me metí a un master, conocí gente, me encariñé y la mitad fue desapareciendo del horizonte. Me puse a trabajar, casi morí de angustia de principiante, fui familiarizándome cada día un poquito más con todo hasta llegar a cerrar los ojos y ver ver cada esquina de la tienda. Me acostumbré al olor, a la rutina, a la gente, me encariñé con mis compañeros y me fui. Y ahora es como si todo volviera a ser nuevo, no sé dónde están las cosas, no conozco ningún pedacito de vida de las chicas que trabajan al lado mío, no sé cuál es antipática y a cuál pedirle ayuda, no me gusta el baño y está lejos, no puedo fumar más, no me sé la mayoría de los códigos y soy un desastre en la caja (por alguna razón extraña a Domitila como que le apestaba que nos acercáramos mucho por esos lados y nos mandaba siempre a hacer otra cosa a Rita y a mi. Yo lo encontraba de lo más entretenido y alegaba. Hoy odié a la puta caja con todas mis ganas).

No quiero otra página en blanco. No por ahora. Pero ya lo decía yo, no hay derecho a pataleo.
Come y calla, como decía mi mamá cuando yo era chica y le preguntaba acerca del contenido -por lo general de un verde sospechosamente verdureico- de mi plato.
Profecía autocumplida.