domingo, 29 de agosto de 2004

Nuestro barrio

Anoche fui a comer donde Nadia. Me fui caminando desde el San Carlos, un hospital clínico no muy bello, pero donde mi otra amiga Heidi parió gratis y sin dolor.
(Paréntesis: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NACIÓ AMANDA MARÍA. Y ES PRECIOSA. FELICITACIONES CHICOS!!!!!!!!!)

Bueno, sigo. Sin dolor solo en la hora D, eso no significa que se haya librado de las poco entretenidas contracciones, algo poco recomendable para… cualquier ser humano. Y después dicen que la madre naturaleza es sabia.
Ya. Es que hoy ando un poco dispersa. Decía que el asunto fue gratis. Y estaba en una habitación para ella sola. Y le llevaban comida rica y le daban regalos. Y pañales. consejos prácticos de "sea una buena madre". Y una anestesia que no te hacía tiritar por el precio más que por la descarga. Y... Estado de bienestar que le llaman. Una buena cosa. Además estaba feliz, inundada de placer maternal, rodeada de amigos. Otra buena cosa.

Y yo no estaba lejos de mi próximo destino.
Así que compartí el "estado de bienestar maternal" reinante y me fui caminando. Los chicos me dijeron cómo llegar –facilito-, y me pareció ideal para abrir el apetito. Media hora para mí solita, yo y Goran Bregovic, en un diálogo existencialista de esos que suelen atacarnos, y que mantuvimos a viva voz entre Islas Filipinas y la Plaza del 2 de Mayo.

¿Y qué pasó con la cena donde Nadia?
Ah, sí, cómo iba diciendo, iba a comer a casa de Nadia. Una cena para los amigos de la escuela que vamos quedando acá, y que siguió su curso más o menos como lo había imaginado: mucha comida, muchos recuerdos y nostalgias mal enterradas, mucho reírnos a lo bestia semihundidos en el sillón azul gigante, muchas fotos en que salíamos horribles y felices, con cara de carrete y expresión de buenos amigos.
Tengo muy buenos amigos acá. No me canso de repetirlo.
La cosa es que estaba ahí, dejándome llevar por el airecillo fresco que entraba por la ventana, que se sentía más fresco y danzarín gracias al estado porroetílico adquirido a esas alturas de la noche y que intentábamos mantener con un vino blanco que tenia un rico gustito a repollo. Bueno, Nadia dijo que a pescado. A ensalada de pescado con repollo, o a algo no muy delicioso a fin de cuentas.
Yo miraba por el balcón. Un balcón precioso. Me encantan los balcones de acá, con esos fierros curvos haciendo formas extrañas que no me cansan nunca. Y los chicos hablaban del Alivio, un bar pequeñito que hay cerca, un rincón apenas perdido en el barrio Malasaña. Pero que es nuestro bar. Esos bares entrañables que uno se va dejando en las espaldas cuando emigra, ya sea de zona, de ciudad o de país. Como un pueblecito, decía Nadia, como un micromundo al que se puede llegar sola y salir con el corazón alegre. Como un barrio propio. Un barrio nuevo. Recién encontrado, cogido con ansia, lleno de espacios en blanco que ir rellenando con momentos que aún no empiezan, pero que están ahí, germinándose junto a airecillo fresco que entraba por la ventana. Nadia se reía. Julián gozaba con Los Beattles. Hernán sacaba una foto. Entonces miré a Ismael. El único que no había fumando ni ingerido nada que alterase su conciencia, aunque más que por su conciencia estaba velando por la seguridad de su estómago, así que brindaba con un delicioso suero. Bueno, ahí estaba Ismael, con la mejor cara de buda que le he visto a alguien sobrio, en éxtasis zen absoluto. Tal vez su complejo proceso estomacal, sorprendido por una ensalada con palitos de cangrejo-no cangrejo que lo sacó de la austeridad de los últimos días, se le subió al cerebro. Pero más allá del motivo, tenía cara de iluminado. Y al verlo, me llegó la iluminación a mí. Y ésta va en serio, o sea, es tipo moraleja. De las importantes. Así que redoble de tambores:

“Así como Jesús dijo: el hombre no puede vivir sólo de pan, yo te digo: el hombre no puede vivir sólo de ciencia. Un par de ventanas para experiencias poéticas deben permanecer abiertas, de manera que un poco de sol, un poco de viento, algo de lluvia, puedan entrar de la existencia real. La vida no puede estremecerte si estás demasiado lleno de conocimiento”.

La frase no es mía, claro. ¿Qué pensaban?

Pero ésta sí: la cosa es que hay que disfrutar el ahora. Y no cranéarsela tanto. Y disfrutarlo de todas las maneras posibles (posibles y deseables, es la idea). ¡Porque el ahora está güeno! O sea, mola…

viernes, 27 de agosto de 2004

¿A quién le importa Maya?

A veces esto de tener una blog no me gusta tanto. Me empiezo a sentir abrumada de que pasen los días y no tener cosas que contar, o mejor dicho, la inspiración pa’ descubrir qué contar y cómo hacerlo. He ahí la pregunta del millón de dólares: ¿qué amerita el tiempo y el esfuerzo y qué no? Hoy entró una abeja por mi ventana, aunque dudo que eso le resulte muy interesante a alguien. Sin embargo, durante el rato que me demoré en sacarla de mi casa la abeja fue todo lo que existía para mí, y todos mis sentidos estaban pendientes de ella, que me miraba desde su mundo abejil invitándome a fundirme con ella en una confraternidad abejopersona que lo inundaba todo.
Puede ser que las abejas sean más importantes para nuestra existencia de lo que creemos. No sé, tal vez me he puesto nostálgica porque he visto muchas veces en la tele a la abeja Maya, que parece estar ahí especialmente para que yo la vea, para sacar de la tumba tiempos de la infancia que cada vez van quedando más atrás, más olvidados. Estoy que me compro el DVD que promociona la propaganda, 2,95€ con revista incluída. Un precio bastante módico para un pasaje a tiempos mejores...

Bueno, el que esté acá hablando de abejas no significa que no hayan pasado otras cosas en mi vida desde mi último pataleo-derrumbe existencial. El devenir ontológico sigue y me voy agarrando de pequeñas y no tan pequeñas cosillas que me van sacando de la abulia. Y seguramente si me esforzara, podría complacer a mis seguidores con asuntos más sesudos que un insecto que puede morir en cualquier momento sin que nadie lo llore. Trato de hacerlo, y entonces recuerdo que no tengo seguidores, que ni yo misma sé para dónde seguirme, que seguramente el mundo no va a cambiar aunque plasme maravillosas frases en estas líneas así que no vale la pena estresarme, y, que después de todo, no está tan mal hablar de abejas alguna vez en la vida.


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martes, 24 de agosto de 2004

Mundo teletubbie

¿Se puede ser profundamente feliz un día y al siguiente sentirte asquerosamente infeliz? Mientras le mandaba un mail a mi hermana contándole lo desgraciada que me siento me llegó la respuesta a otro que envíe ayer a una amiga, en el cual le brindaba una generosa disertación sobre la belleza de la vida y otras linduras por el estilo.
Y eso me puso a pensar…
Aunque siempre pienso, mucho, inundada por mis verborreas mentales, absolutamente vencida ante el bullicio de mis cavilaciones. Pero la cosa es que me puso a pensar sobre lo que pensaba…
¿Es frágil la línea que separa la felicidad de la infelicidad o somos nosotros los que pasamos de un lado al otro con frágil y volátil andar? De cualquier forma es tenue, se enrosca, es elástica, y pese a los miles de años que llevamos poblando la tierra aún no sabemos permanecer de un solo lado. No sabemos ser felices.
Ya, esa frase sonó horrible. Rancia. Ni la sombra de lo que quiero decir. Como si fuera de un vomitivo libro de autoayuda. Pero me da igual, estoy apestada con el mundo así que… que quede como sea. Además mi amigo Hipólito me previno de mi misma cuando me subió a este extraño carro bloglegórico: “sácate el Cervantes de la cabeza”, fueron sus sabias palabras. Así que me lo saco. Y escribo frases espantosas que le sonarían cliché al mismísimo Paulo Coelho.
Brrrrrr!!!
No sabemos ser felices.

Segunda parte:
Por qué soy tan feliz. Por qué soy tan infeliz.


Todo empezó el sábado. Luego de semanas de improductividad, vegetación e inercia quedé de juntarme con mi amiga Nadia que andaba en París, la que además de ostentar la categoría de ser humano (algo que no había visto como en 1 semana) me cae muy pero que muy la raja y había quedado de darme las fotos que sacó en nuestro viaje a Marruecos. El día estuvo exquisito, el clima perfecto y la conversación animada, relajada y sustanciosa. Celebramos por los viejos tiempos y nos tomamos unas copitas. Terminamos en un bar que está cerca de su casa y de ahí partimos –vaso en mano- a la comodidad de su sillón, la risa de unos porritos y los placeres de una cama blanda y calentita.
Bonito, entretenido y buena onda todo. A la mañana siguiente más de lo mismo, y luego una larga caminata hasta mi casa en la cual tomé conciencia de la buena calidad del aire madrileño (téngase en cuenta el punto de comparación) y de la comodidad de mis zapatillas… otro deleite.

Por la tarde venía llegando a la casa y tenía 2 mensajes en el contestador: mi madre y un amigo de Valparaíso que viaja por estos lados. Luego me pilla mi amigo Ismael pa’ ir al cine. La película era horrenda (acá se llamó Las mujeres perfectas) pero eso nos esperábamos, la vimos porque no daban otra cosa a esa hora y en todo caso no andabamos buscando candidatos al Óscar, sino relajarnos un rato. Estuvo bien para vaciar la mente. Después a un parque, ya de noche, mucha gente y muy buena vibra. La idea era conversar “un ratito”, y terminamos hablando hasta por los codos, sin darnos ni cuenta de la hora, muertos de la risa o intercambiando sesudas reflexiones de la vida, totalmente iluminados, descifrando los grandes misterios del universo y de nuestras existencias y también de las ajenas… uy, cuántas orejas rojas.

La cosa es que llegué a mi casa feliz como Barney. Agradecida por los amigos que tengo, por los placeres simples, por el pedazo de melón que me esperaba en el refrigerador. Y así me dormí…

Hoy se supone que tenía que ser aún mejor. Tenía una entrevista de trabajo, todo un acontecimiento, así que partí de punta en blanco, encomendada a todos los santos existentes, los duendes, el espíritu de la vida, Buda y cualquiera que pudiera echar una manito. Pero la cosa terminó como siempre. Al concertar la cita me preguntan si tengo papeles, digo que no. Me llaman igual, voy, llego, hablo, me promociono y me estreso, y al final, después de más encima hacerme esperar, me vuelven a preguntar por los papeles y me dicen que sin ellos –aló, hola, plop, pensé que eso ya estaba hablado- no me pueden dar el trabajo. Nada, sólo me queda irme mascullando para mis adentros ¡JODER, COÑO, ME CAGO EN LA HOSTIA!!! (Bueno, eso no, más bien mierda, chucha, puta la huevá, pero a que suena divertido…)
Bueno, de ahí al derrumbe un paso aún más pequeño que el valor literario y existencial del Alquimista… De quedarse acá por la vía legal, ni pensarlo. José Mari (Aznar pa’ los despistados) lo dejó todo muy bien armadito, y la única manera de obtener una visa de trabajo es teniendo un contrato en la mano antes de viajar, o sea, el colmo de lo ridículo porque quien te va a querer contratar para nada si vives en otro país y ni siquiera puedes ir a una entrevista de trabajo... además parece que el empleador tiene que demostrar que tu eres mas apto que cualquier español para el trabajo que te ofrece, onda el super capo de los capos...
O sea, un asco
Y además no es ni seguro, nada es seguro, no hay donde averiguar nada, en internet la informacion es confusa y los sitios que tienen las cosas mas claras cobran como 200 euros x darla, y ni siquiera me fio mucho de ellos. Alguien me dio una dirección de donde había ido hace un par de años a buscar unos formularios pa' hacerle contrato a un amigo y ese lugar no existe, o sea fui y no habia nada de eso, y a la gente que trabajaba en esa oficina que le pregunté me empezó a hablar del famoso contingente...
Pufff
Entonces intenté ordenar el cerebro. Y pensé lo siguiente: No sé que hacer. No sé por donde seguir. No sé a quien mas pedirle ayuda. Me siento desmoralizada, cansada, triste, enrabiada, encuentro que esto es una putada y una injusticia. Necesito trabajar porque o si no me pongo nostálgica, me siento improductiva y me da depresión, además de la razón más obvia de todas... me estoy quedando sin plata. Quiero ver a mi hijo, estar con él, apachurrarlo, agarrarlo de un brazo y meterlo a un avión. Quiero un abracito familiar. Y un Superocho.
Me gustaría tener 5 años y no preocuparme de nada.
O tener mis 28 y un trabajo.
Y un maldito permiso de residencia.
Lo único que sé es que no me quiero ir, no tengo nada a que irme, no tengo ganas de irme ni buenas perspectivas de irme.

Necesito un tío millonario que me deje su herencia, un dueño de diario o revista que de alguna manera maravillosa se entere de mi enorme talento, un amigo en el ministerio del trabajo o del interior que me regale unos papelitos timbrados, un español rendidísimo ante mis encantos... y lo que tengo es angustia pura y dura, porque el tiempo pasa y pasa, mi carné suma años y todo sigue igual...
Necesito dormir. Son las 7 de la mañana, estoy apestada, enredada, desalentada y desvelada.
Pero en una de esas mañana soy feliz de nuevo…

sábado, 21 de agosto de 2004

Partido a la española...

Hoy estaba viendo el partido de tenis entre Fernando González y el gringo Fish, que aunque no tiene cara de pescado me ha dejando muy tentada de hacer un comentario al respecto. Bueno, en realidad estaba viendo la repetición que dan a las 5 de la mañana, ya que transmitir en directo el partido de un chileno por el que nunca apostaron los comentaristas deportivos de la televisión española no se encuentra entre las prioridades de la siempre ruin y castrante malla programática.
La cosa es que al terminar el partido el comentarista soltó la siguiente frase: Bueno, parece que ahora la final ya no será entre chilenos (con expresión no precisamente compungida, he de agregar), sino entre el potente jugador norteamericano y el verdugo de Carlos Moyá, "Sebastián" Massú.

No tengo ganas en este momento de ponerme a profundizar en las implicancias de una frase –en realidad tres- en apariencia tan simple. Seguramente son muchas, y muy variadas, pero algo, entre medio del sueño que me posee en estas horas vampirescas y que me impide ponerme a cranear elaboradas interpretaciones al respecto, me hace intuir que seguramente éstas confluyen de alguna manera extrañamente enreversada pero armónica, desembocando finalmente en los mismos círculos concéntricos de la telaraña de siempre.

¿Pero saben qué? Todos tenemos momentos felices en la vida, aunque algunos sean tan bobos como llorar de felicidad ante las pantallas de TV que transmiten un juego a muchos kilómetros de distancia, cuyo objeto de nuestras pasiones, además, representa a un país que en este momento me resulta aún más lejano que Grecia (en cuanto al asunto kilométrico, he de aclarar), pero cercano de alguna manera que aún, entre cantos eufóricos de chi chi chi le le le, no consigo descifrar.
Otro momento: el darse cuenta de que entre medio de los huecos de esa tela que nos envuelve con la delicada transparencia de sus hilos, se cuelan las carcajadas, hipidos y gritos emocionados, sin que nada impida que éstas se escuchen y traspasen fronteras. Ya que pocas cosas más pueden hacerlo.

¡¡¡Grande Fernando González!!! Por haber estado a punto de comerte a ese pescadito, pese al dolor de rodilla, a los apalusos miserables del público y a la cara de winner del animal vertebrado acuático de respiración branquial, con extremidades en forma de aletas aptas para la natación y piel cubierta por lo común de escamas. En fin, la cara de siempre de ese pez que no conoce redes y creció nadando libre por los abundantes océanos de norteamerica.
¡¡¡Grande Massú!!! El oro es tuyo, y si no, te queremos igual, porque así somos los chilenos. De hecho te queremos más aún, Sebastián el grande, simplemente porque eres nuestro NICOLÁS.

jueves, 19 de agosto de 2004

El primer desastre... dedicado a Hipólito

Nunca he escrito una blog. En realidad nunca se me había ocurrido hacerlo hasta hoy. Mi amigo Hipólito me convenció; es fácil, terapéutico y lo mejor de todo gratis, fueron sus persuasivos argumentos. Así que acá estoy, supongo que un poco por darle en el gusto, para retribuir con estos minutos - en los que me estrujo el cerebro buscando escribir algo coherente - su fe en mis capacidades bloguísticas.

Básicamente Hipólito cree que por manejar una prosa decente y estar viviendo en Madrid tengo mucho que contar. Pero la verdad es que mi vida aqui no es tan estimulante como él se la imagina. La mayoría de los amigos que he hecho en estos 6 meses encontraron que Madrid no era tan interesante después de todo y se fueron, y los otros trabajan, tienen depresión o ya no me caen tan bien. Mi cuenta corriente avanza vertiginosamente hacia el temido saldo cero y mis compulsivos atracones de chocolate post romance me tienen convertida en candidata a intérprete de la cuarta parte de Liberen a Willy... Bueno, la palabra romance es un tanto generosa, más bien algunos encuentrillos locos de fin de semana que dejan ese gustito a poco que ya es tan habitué, pero para qué lo vamos a decir así... (aunque creo que acabo de hacerlo). Y no sé si será la cuarta parte la de mi gemela Willy, en realidad mis gustos cinematográficos nunca han tenido mucho que ver con habitantes marinos, pero en fin.
Para empeorar mi situación la tele acá es un asco, realmente vomitiva, y mis mermadas finanzas me impiden acceder a esa maravilla del mundo moderno, de la que alguna vez disfruté, llamada TV cable.
También tenía un departamento espacioso e iluminado y acá me duermo todas las noches con la paranoia de morir aplastada por mi clóset, que está peligrosamente cerca de mi cabeza.
Y tenía el siempre salvador refrigerador de mi madre a dos cuadras de mi casa.
Y ADSL.
Y tina en el baño.
Y una compañera de depto que era como una hermana, lavaba sus platos y compartía conmigo la hora de la teleserie como si fuera un ritual.
Y sabía qué micro tomar, dónde comprarme un porro y dónde encontrar la fruta más barata.
Y vivía con mi hijo.

Pero bueno, la vida no es perfecta. Si lo fuera, lo más probable es que nadie sintiera la necesidad de usar estas cosas intentando así, escribiendo ad honorem, alivianar un poco la pesada carga existencial.